Alzó los
párpados y el dorado de las últimas hojas reflejó en sus ojos estrellas de sol.
Las hebras
cenicientas en su cabeza hablaban de años y sus manos ajadas de soledad. Nunca
tuvo hijos y él había partido. Con lento
gesto se ajustó la gorra mientras sus
pies descalzos palpitaban nervaduras secas en el sendero, alejándose del
pueblo.
Ensimismada se
dejó llevar por sus emociones y al darse cuenta, ya estaba en lo más profundo
del bosque, casi al pie del cerro. Miró a ambos lados, desconcertada…
Le llamó la
atención un ruido extraño bajo un pino, en un colchón de hojarasca. Se acercó
temblando y presa de pánico por un momento, miró dulcemente al bebé que gemía.
Lo tomó en sus
brazos meciéndolo, susurrando versos no
aprendidos aún al desandar el camino a
su casa.
Y despúes de tantos días los saludo desde mi juventud en otoño