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Irrevocable fatalidad
Atardecía el sol
corrido por el viento.
obesas nubes jugaban
al desfile de huesudas calaveras
apuñalando
los conquistados rincones
de espesa sangre
del condenado.
Las chuzas embravecidas
como hierros calientes
marcaban su deliquio
e innúmeros ojos
se elevaban al juez supremo
-contertulios inocentes-
en esa operación simbólica
de oración.
Negras grietas
horadaban la tierra
y un mar caliente juntaba
costa con costa arrasando
enérgicamente
las diminutas garrapatas -hombres
de esta era.
Desde las galaxias contiguas
observaban sonrientes
el pago merecido
por nuestro crimen.
La treta había resultado
era cuestión de esperar…
El modificar nuestra esencia
desde los tiempos de Caín
-dirán algunos-
condujo inexorablemente
al cumplimiento
de nuestra condena.
Sólo nosotros cavamos
nuestras propias tumbas.
Con orondo gracejo
nace otro sol
e ilumina la negra tierra…
Vacía.
De mi libro Laberinto entre la muerte y la vida.